El undécimo trabajo
consistió en llevarle las manzanas del jardín de las Hespérides, hijas de
la estrella de la tarde, a Euristerio, que vivía en Micenas. Estas manzanas
eran de oro y según se decía otorgaban a los dioses la eterna
juventud. Este jardín se encontraba alejado donde se ocultaba el sol y
estaba vigilado por las Hespérides, unas ninfas, y por una serpiente. La
localización exacta del jardín era un misterio, por ello unas graciosas ninfas le
aconsejaron a Hércules que fuese a ver a Nereo, ya que él conocía todos los
secretos. Cuando Hércules encontró a Nereo, lo encadenó y obligó a confesarle
dónde estaba el refugio en que se ocultaban las bellas hespérides.
Cuando ya supo
adonde tenía que dirigirse, pasó a África, llegó hasta los confines del mundo
occidental y logró ver las áureas puertas del jardín afortunado. Allí se
encontraba Atlas, quien sostenía sobre su cabeza y con sus manos
infatigables la bóveda inmensa del cielo. Un dragón guardaba la entrada del
jardín, y Hércules preguntó a Atlas cómo podría apoderarse de las manzanas
doradas. Atlas, se ofreció a ir él mismo a recogerlas, siempre que durante ese
tiempo Hércules aguantase sobre su sólida espalda el peso y el equilibrio del firmamento.
Al volver, el
gigante manifestó que deseaba llevar personalmente el preciado botín a Micenas.
Hércules fingió estar de acuerdo, y antes de partir le dijo que sujetase un
momento el cielo sobre sus hombros, pues tenía que hacerse un rodete para
proteger su cabeza y amortiguar el peso de tan enorme carga.
Atlas, confiando,
cayó en la trampa y se echó de nuevo el cielo sobre sus hombros. Hércules, ya
libre, tomó las manzanas y se las llevó sin perder más tiempo a su amo
Euristeo.
Actividades:
1- ¿Qué más podemos saber sobre Atlas? Cuéntanos.
2- Dibuja un mapa donde estén reflejados los diferentes lugares de esta historia, ¿Cómo lo harías?
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